Velocidad utópica
Sección Teatro - Revista Llegás
Teatro - Reseñas

Velocidad utópica

Amor, drogas y caballos en un mundo que se desarma.

22 de febrero de 2023

Policías antidisturbios o guardias de frontera de la cortina de hierro dan comienzo a la pieza compuesta para violín, CPU y guitarra.  Ingresan los performers (Lucía Deca, Marcos Krivocapich , Federico Lehmann) instalando la frontalidad y el código de lectura. Caen en la pista y en el mundo. Es entonces cuando Potrillo Ben sale a la carrera. Tres cuerpos que son una sola voz (Eial) refieren a una distopía urbana donde por suerte todavía se consigue droga (una especie de ketamina no muy refinada) que pone amarilla la piel. En pleno bajón Eial recae en un hospital (porque el mundo podrá venirse abajo, pero las instituciones de control no). En algún momento, en algún espacio, Eial, autopercibido un bambi-ciervo-aprendiz de drogón, cruza miradas speed con el viril chonguito-equino de sangre diesel Ben: el potrillo Ben. Amor al toque, dos madres tortas progres, ketamina y letargo, flasharla porque hay que hacerlo, habitaciones high-tech, sexo al toque, un shopping fantástico, polis que tienen su merecido. La Bildungsroman sci.fi seguirá trotando hasta el final oceánico.

Potrillo Ben de Santiago Nader (Hola, casa de Aarón) es una buena síntesis de los códigos sociales contemporáneos: de sus angustias e imposibles. Para dar cuenta de su actualidad el uso de la lengua en la obra se sirve de términos coloquiales que remiten a cierta poesía gay-queer ( Blatt,  Ioshua, no conozco otros, y a estos ni tanto).  Por momentos la dramaturgia y esas palabras que nos suenan cercanas logran momentos efectivos de una gran sensibilidad y de empatía inevitable. ¿Pero en qué momentos? Cuando se logra frenar, cuando la actuación deja de estar subordinada a la marcación de la velocidad, al apuro por decirlo todo individualmente o a coro, al “ahiestababentodohermosotiradoenelpiso...” (algo así).

En esto último, más allá de una arquitectura literaria que logra instalar un mundo particular ( que no es joda), de una dramaturgia precisa que no pierde de vista los sucesos anteriores y los retoma, del uso indiscriminado y hasta lúdico de los plot-twist (estamos en la era de las series), la obra se diluye un poco. Del caos a veces puede crearse el Universo o también el Tedio (habría que pensar la relación entre ambos).  Obviamente, este ritmo desbocado no es solamente una arbitrariedad; parecería tener la intensión poética de dar cuenta metafórica y formalmente de lo ecuestre: de su potencia salvaje. Potrillo Ben podría estar estructurada internamente simulando el ritmo del galope de una carrera de turf que se desborda y rompe el cerco. Si bien la idea es buena, su efecto es levemente abrumador. 

Pienso si el desorden que le cargo como negativo  a la obra es una incapacidad de mi edad o la presión “como una pesadilla en el cerebro de los vivos” que reclama el orden simétrico ligado a la belleza que los helenos nos han heredado o más bien Potrillo Ben trata de intoxicar la percepción del espectador como una droga de diseño. Si fuera esto último, ofrezco mis disculpas y solicito otra dosis para el camino.

 

Actúan: Lucía Deca, Marcos Krivocapich, Federico Lehmann

Diseño sonoro: Franco Calluso, Juliana Isas, Carola Zelaschi

Dramaturgia y Dirección: Santiago Nader

TEATRO NACIONAL CERVANTES

Juan Ignacio Crespo Autor
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