Radiografía fragmentaria de La Pampa
Sección Teatro - Revista Llegás
Teatro - Notas

Radiografía fragmentaria de La Pampa

2 de noviembre de 2021

 

Se realizó en Santa Rosa, La Pampa la 35 Fiesta Nacional del Teatro organizada por el I.N.T. Un encuentro donde espectáculos de todo el país vuelven a encontrarse después de La pandemia que golpeó la actividad teatral como nunca. Esta crónica releva los 8 días de esta larga celebración entre carpas de circo, salas nuevas levantadas a pulmón y una función en un correccional de mujeres.

`"[En el teatro] basta que un personaje secundario, episódico, ofrezca algún motivo para desearlo ( ese motivo puede ser perverso, no estar ligado a la belleza sino a un detalle del cuerpo, al grano de la voz, a una manera de respirar, incluso a una torpeza), para salvar un espectáculo entero." Roland Barthes.

El Mapa y el territorio.

Hay una dialéctica necesaria entre crónica y experiencia. Una no podría existir sin la otra. Sin embargo, sospecho que una experiencia que se transita con la hipótesis de dibujar extravagantes metáforas (a diferencia de la nota periodista de prolija grilla para el lector desinteresado) subordina todo a lo significativo. Cualquier experiencia ya es un recorte de la hipótesis. Dicho de otra manera, la crónica mapea la experiencia (coincidencia exacta del mapa y el territorio en Borges).  “No quieren ver que el universo no es más que un caos al que los hombres oponen el verbo y las formas” (Nicolas Bourriaud). Dar cuenta de los ocho días de la 35 Fiesta Nacional del teatro en Santa Rosa La Pampa será el ambicioso objetivo de este cronista.

Santa Rosa - La Pampa

Backstage en el salón comedor Don Bosco.

En Santa Rosa rige una  ley del silencio y una mesura calurosa. Una ciudad de 115.000 habitantes y demasiados perros autónomos donde se duerme explícita siesta (a los citadinos nos parece una herejía suspender las transacciones de mercado, la producción de algo por unas horas). Terror sagrado al tiempo improductivo. Secretamente pensamos en formas de vida pre-modernas. Y de pronto la llegada de un malón cultural: el desembarco de 450 individuos entre artistas, técnicos, gestores, funcionarios, “manos derechas” y periodistas/críticos.

Luego de 26 años la ciudad vuelve a ser la sede de esta fiesta anual gestada por el Instituto Nacional del Teatro  donde 45 espectáculos de todas las provincias realizarán aproximadamente 130 funciones. Santa Rosa se vio obligada a metabolizar de buena manera este contingente federal y extravagante. Más allá de los puntos de reunión oficiales (unas carpas/domos) donde el I.N.T organiza encuentros y charlas, y exhibe su colección editorial, el encuentro total se da en el ex – cine devenido en comedor comunitario Don Bosco en la avenida Uruguay esquina Gral. Pico. Clima festivo de egresados bajo ese cielo raso: grupúsculos dispersos que se relojean discretamente, reencuentros inesperados con esos abrazos que solo la gente de teatro puede dar, los rigurosos periodistas comentando fallas o aciertos en la duración de algún signo escénico, algunas celebridades que se saben observadas, conspiraciones asépticas y una energía libidinal entre los tablones A.K.A. mesas. ¿Inconvenientes con el menú, con los horarios establecidos, y demás? Por supuesto que sí, pero lo que pasa en Santa Rosa, queda en Santa Rosa. Provocarse un ataque de amnesia al decir de Alberto Ure y a seguir. Realmente no es importante.

Fragmentos de lo sensible.

“¿Cómo se termina una obra de teatro?”- pregunta a micrófono abierto Ivan Santos Vega, El Hombre cóndor performance seleccionada de la provincia de Jujuy. La duda es válida y despliega otra mucho más insidiosa: por qué debería tener un cierre, siempre tan ligado al Sentido y al “Espectro de la  Totalidad”, requisito ideológico deudor del Orden, la Simetría y de Dios. Escapando de esa presión “totalitaria” de hablar de La Obra elijo el fragmento, el rasgo visible u oculto como forma y marco de la crítica.  Haikus teóricos, pequeños indicios y souvenires para el reflexión: como la inteligencia actoral de Jessica Zaloqui y Quimey Castillo Oviedo de la chaqueña Batir de alas; los cuerpos queer de El fin de la trompeta de Federico Tello proveniente de La Rioja; la estética “a lo Gondry”  de la intertextual La niña que fue Cyrano sensible espectáculo cordobés; la brillante desmesura del catamarqueño Alberto Romero en El banquete de los sobrevivientes, que intersecciona a Platón, Jackson Pollock, Tina Turner y la mesa de Mirtha redefiniendo al Teatro Español que por su arquitectura demanda algo más ajustado a las formas clásicas; la “desfragilización” del cuerpo femenino de Vibra, interpretada por un grupo de bailarinas provenientes de Neuquén dirigidas por Lorena Rosales; los giros infinitos de Mariana Gorrieri yendo detrás de Rachmaninov,  Tchakovsky y Bach en Ella de Santiago del estero en la sala recientemente inaugurada TQK levantada literalmente a mano por sus dueños; la respiración como metonimia del alma en los objetos de En ámbar: explícita crítica a la captura de los Aparatos de Estado con la dirección del cordobés Fernando Airaldo; el homenaje a la desmesura de lo que supo ser un teatro desmesurado con La Moribunda, un texto vanguardista de Urdapilleta que corre el ¿peligro? de convertirse en clásico llevado a escena por tres tucumanos: Marcos Acevedo, Diego Ledesma y Ricardo Arbeola; finalmente los bufones esperpénticos vomitando entre trapos la necrofilia ejercida sobre el cuerpo de Esa mujer  en La puta mejor embalsamada por el Grupo Cortocircuito de Córdoba en una tribunera carpa de circo, espacio donde teatro y cultura popular, términos tan lejanos, se tocan. Me excuso por los trabajos y eventos que no aparecen descriptos (incluido Terrenal y la master class de Mauricio Kartún), acuso al cansancio, a los vicios y al metafísico azar.

Mención aparte merece Habitación Macbeth de Pompeyo Audivert, un actor alienígeno, proveniente de un lugar al que nunca accederemos. Cualquier comentario valdría menos que el tiempo que llevaría su redacción.

Actuar y vigilar

“Conocerán la prisión”. El gran juego de la guerra civil. Tiqqun. Comité invisible.

“La Prisión es un lugar donde se ve, un lugar que hace ver” afirma el experto en espacios de encierro Michel Foucault. Si trazáramos un paralelo etimológico, teatro proviene del latín teatrum “lugar de representación’, y este del griego théatron, derivado de theâsthai: “mirar, contemplar”. La experiencia personal más intensa ocurrida en esta Fiesta  une las dos arquitecturas: el teatro y la prisión, eufemísticamente nombrada Instituto correccional de mujeres Nuestra Señora del Carmen. Allí se realizó una función de Rodajas de mí de Sylvina Tapie, interpretada por Rocío Spinelli de la Provincia de San Luis. Basado en un texto de Fontanarrosa, este unipersonal narra las desventuras de una actriz que no logra completar el monólogo para el que fue convocada y las desviaciones a causa de los psicofármacos se convierten en procedimiento escénico.  Con una modesta concurrencia (las 20 internas que se anotaron para participar de la experiencia, los dos periodistas que fueron invitados a registrar el evento, el ilustrador hippie que por la imposibilidad de tomar fotos dibujará la situación y algunas gestoras e intermediarias) el salón comedor se refunda como sala teatral.  La función es distendida, el histrionismo de la actriz genera empatía entre la concurrencia. “Me sirve para salirme un poco de acá adentro – comenta en el debate posterior una interna. Sin embargo lo denotado de la situación se me hace tan concreto que la experiencia estética parece funcionar como negación. ¿Cómo no sentir estupor ante este disciplinamiento, ante esos cuerpos vaciados de toda dignidad por los dispositivos de control y la violencia de clase? La prisión es un lugar que hace ver los mecanismos microfísicos de la sociedad  sin metáforas: es su verdad desnuda, es nuestra vida sin los ornamentos ficcionales de la libertad. Somos efecto subjetivo de todos esos procedimientos.

(In)conclusiones

Después de casi dos años de parálisis de la actividad teatral, La  35 Fiesta Nacional del Teatro se vivió como una descarga. Durante estos 8 días Santa Rosa se vio afectada por tribus nómades que sin solución de continuidad elevaron plegarias en los diversos templos teatrales para exorcizar la peste del encierro y el distanciamiento, noción que aún no logra desaparecer completamente.

En fin… ¿cómo se termina una obra de teatro? ¿cómo se termina una crónica? Todos los finales tienen un halo fúnebre, un memento mori. ¿Y entonces? Resistirse a la conclusión siempre torpe, pretenciosa y moralizante. Y mientras no se invoque al final, o sea, a la muerte, lo eterno es estrictamente posible.

Juan Ignacio Crespo Autor
+
ver más notas