
Falsos profetas puede que tenga lo mejor de dos mundos: un espectáculo performático poético y cómico, con dosis de show de magia interactivo y trucos de altísimo nivel. El diferencial es que esta vez los actores son magos profesionales, quienes más que develar los secretos o trucos, revelan su cotidiano donde ocurren eventos desopilantes y absurdos, tan mágicos como la magia misma.
Jonás Volman es el director y co-dramaturgo de este espectáculo que se presenta los martes en Área 623. Trabaja como mago, actor y docente. “Uno nunca deja de ser mago” es el leitmotiv de su nueva obra y detrás de esta aparentemente simple frase se esconden varias capas de significado. “Uno nunca deja de ser mago, primero, por presión social”, dice, “siempre pongo el mismo ejemplo: si juego al truco con amigos y gano es porque me cartié. Si pierdo, es porque soy mal mago. Fuera de eso, hay muy poco conocimiento concreto de la magia cómo práctica escénica más allá de los trucos, o sea, cuál es la necesidad expresiva de un mago, qué es lo que actúa. De estos últimos 10 años de trabajo, la pauta interpretativa más clara y reveladora a la que llegué es esa: uno nunca deja de ser mago. Parece una boludes, pero es el secreto verdadero de la magia. Cuando un mago hace un truco no hay una convención escénica, una ficción, entre el espectador y el mago. Si el público ve que al mago se le asoma la pelotita o que los aros tienen un agujero, el público puede tener todas las ganas de ‘creer’ en la magia, pero no puede. Si no te engaña, no es magia. Si no tiene la sensación de que el hecho es inexplicable, no es magia. Ese es el peso que el mago se lleva: tiene que ir al mango, porque no hay una ficción que ampare el momento. Por eso para mí el verdadero secreto de la magia radica en ese cuerpo que transpira lo inexplicable y en la capacidad de generarle al público esa sensación. Hay trucos que son básicos, que todos sabemos cómo funcionan, pero los hace Copperfield o Juan Tamariz y pensás: ‘esto no puede estar pasando’”.
Traje y galera es todo lo contrario al vestuario que llevan los cinco magos-performers de esta obra: Lautaro Butta, Jorge Freire, Sebastián Frígoli, Facundo Kovalink y Tomás Sarquis. Justamente, la primera escena es una juntada de lo más casual entre ellos en un living, y vemos cómo se comparten trucos caseros y comprados o técnicas súper complejas con naipes (con una ecuación incluida). Como dice Jonás, “Harry Potter es un poroto comparado con la vida de un mago. ¡Hasta congresos y mundiales de magia hay! Y todo eso pasa en la realidad, no en un mundo de fantasías. Imaginate discusiones y debates sobre trucos, casi que suenan a hechizos, porque entre decir Wingardium Leviosa y Strip Out con Block Transfer creeme que no hay mucha diferencia.”
Esa fue la imagen inicial de este espectáculo donde se buscó “expropiar” la vida del mago, es decir, volver público algo que estaba en el plano de lo privado. Para esto, Jonás convocó a un elenco de magos de diferentes generaciones y a un equipo interdisciplinario que asesoró el proceso creativo (Guillermo Flores, Andrés Molina, Verónica Grande, Samir Muñoz Godoy, entre otros). Así la obra va desplegando preguntas que se hacen (o no) los magos sobre su propia arte, la forma de ensayar que tienen, muestran trucos que normalmente no pueden hacerse y narran anécdotas acerca de sus fracasos. Llegan a escenificar un duelo mágico entre dos magos que se disputan un mismo nombre y al final, montan un juicio, donde se invita al público a determinar en un último acto mágico, qué es la magia, si existe como tal o si es solo un truco.
Sin duda hay un guiño al arquetipo del mago, que como cuenta Jonás es también parte de una necesidad expresiva de este arte, por las condiciones de circulación y trabajo de esta disciplina. “Los magos trabajan en eventos y esa es la forma en la cual se distribuye su arte y viven. En ese contexto, tenés que ser lo más práctico posible. Pensalo así: llegas a una casa y tenés un espejo atrás, ¿qué hacés? Hay que resolver. Entonces, terminamos haciendo los mismos cinco trucos que funcionan y nos dan cierta flexibilidad. Pero desde hace un tiempo, estoy entendiendo mejor ese arquetipo, porque si no entendés cuáles son los límites de tu arte, ¿cómo vas a poder jugar y romperlo?”.
Falsos Profetas nace de una convivencia de más de 10 años entre la magia y las artes escénicas como el clown, el teatro, la danza-teatro... Un ir y venir donde Jonás jamás dejó la magia, pero fue en las artes escénicas donde encontró herramientas para “hacerle preguntas a la magia”. Además, Falsos profetas es la tercera pieza de una trilogía, que comenzó en el 2017 con Iluzo, un espectáculo de magia ciega producido por el Teatro Ciego. “En esa obra, armé varias pautas de lo que para mí era la magia ciega. Hay trucos de magia, que solo se pueden hacer visualmente; pero al contrario ¿habría trucos que solo se podían hacer en la oscuridad? Tuve que pensar de cero qué era lo mágico en esas condiciones. Por ejemplo, no hay método para desaparecer un objeto de las manos del público en la magia visual, pero ¿era posible en la magia en la oscuridad?¿Si el público tira una moneda y no la escucha caer?”.
Esa exploración lo condujo a un segundo espectáculo: Proyecto Conejos (2023), que tuvo como conflicto el secreto y la revelación. “La obra empezó con una pauta clara: un mago que revela los secretos de la magia. Fue un experimento performático hasta para mí. Yo hablaba con los directores, y me mambeaba porque iba a develar un secreto. Sentía presión gremial, pero también una presión por parte del público. Cómo iba a develar un secreto de un truco de magia. ¡Como si fuera un crimen!”.
Frente a todo sentido común, no lo fue. Lo que lleva a pensar que en la magia como disciplina escénica todavía hay mucho por explorar. “Hace poco di una charla TED, donde retomé la idea de que ‘el misterio ha cambiado de bando’. ¿Qué quiero decir? Que el misterio ya no está puesto en el efecto, sino en los mecanismos, o sea, son más mágicos los mecanismos que utilizamos que el efecto que provocan. ¿Qué es más impresionante: que yo te encuentre una carta entre 52 o que yo sepa que mediante el forzaje de un naipe puedo inducir física, mental y rítmicamente a que alguien elija la carta que yo quiero? Justamente en Proyecto Conejos, comprobamos que el misterio no estaba tan puesto en el efecto, sino en el proceso, en lo que como magos intentamos ocultar”.
Así fue como en esta tercera obra, Jonás redobló la apuesta. Ya no hay un solo mago performer, sino cinco, “porque uno nunca deja de ser mago salvo cuando está con otros magos. Porque la única persona que no te dice “mago” ¡es otro mago!”. Así, encontró el mecanismo escénico por medio del cual seguir explorando la magia y poder habilitar la vulnerabilidad, el riesgo y el error. “Frente a lo irreverente que pueden ser el resto de las artes, la magia es muy respetuosa y eso me da mucha bronca. Ves a Charly García tocando el piano o a Pollock todo manchado, y los magos entramos a escena y hay cosas que no podes hacer porque tenemos todos esos truquitos encima, que los amo, pero generan cierto nivel de contención. En mi caso, en el teatro encontré un regocijo y un amparo que me permitió arriesgarme más. Porque el riesgo en la magia es muy difícil de soportar si uno tiene una formación complementaria. El teatro, la música, la pintura, el audiovisual, todas exploran el riesgo, porque el riesgo es bello, mientras la magia trabaja en términos de si salió o no salió, no hay un punto intermedio. Esto se relaciona a varias cuestiones de inseguridades y del mercado: hay que hacerlo perfecto y proteger los secretos, porque si no, ‘la magia se va’. Entonces, el secreto pareciera una barrera que no se puede cruzar”.
Frente a la pregunta entonces de qué es la magia, Jonás sostiene que para él la magia es la manifestación de lo inexplicable desde un punto de vista fáctico, espiritual o supersticioso, donde no podemos entender la causa o explicación de un evento. Pero también solemos usar este término para la sensación que experimentamos con el arte, con la música o un cuadro como La noche estrellada. No hay palabras para lo que sentimos, la sensación misma es inexplicable. En este doble sentido es que el final de Falsos Profetas es mágico y resulta difícil de describir. Más que la técnica, lo que conmueve es darse cuenta que el gran truco, el truco que lo puede todo y es absolutamente inexplicable, es cómo esas personas que comúnmente conocemos como “magos” pueden dedicar sus vidas al servicio de la ilusión para que otros (ni siquiera ellos mismos) puedan creer en la magia y sentir que la magia sí, la magia sí existe.
Foto: Santiago Bande
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FALSOS PROFETAS
Actúan: Lautaro Butta, Jorge Freire, Sebastián Frígoli, Facundo Kovalink, Tomás Agustín Sarquis
Dramaturgia y dirección: Jonas Volman
ÁREA 623
Pasco 623
Martes 20.30 h