Ensayo sobre la parafília
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Cine y series

Ensayo sobre la parafília

La directora de Titane, Julia Ducournau, entrecruza la pornografía y el posthumanismo en un film que recuerda a la poética de Gaspar Noé, donde los afectos y la violencia de registro directo no encuentran diferencia.

24 de noviembre de 2022

Titane es un tanque narrativo que puede verse ahora en la plataforma MUBI y aún generar polémicas. El uso de la violencia y las imágenes extremas de la sexualidad dividen las aguas. Por un lado, están quienes tienen que dejar de verla por no poder soportarla, y, por otro, quienes, acostumbrados a los medios digitales con su publicidad y mil pantallas constantes de ofertas de sexo, llegan a divertirse con los movimientos erráticos, la contorsión de los cuerpos y las estridencias de colores. La provocación o lo repulsivo de sus planteos y las sensaciones extrañas que genera son lo que la vuelven interesante. Se trata de una película publicitaria, con un ritmo frenético de videoclip que atraviesa géneros cinematográficos como el fantástico, el terror, la ciencia ficción o el suspenso sin llegar a ser plenamente ninguno. Casi no hace falta oír palabras para seguir la trayectoria de Alexia (Agathe Rouselle), una niña que sufre un accidente de tránsito en el asiento trasero de un auto mientras molesta con patadas a su padre. De la colisión le queda en el cráneo una cicatriz cuya piel recubre una capa metálica. Esa niña maldita, con la que la es muy difícil identificarse, se hace adulta y se dedica al baile erótico entre autos de competencia, música electrónica y muchachos que piden autógrafos. Como si su destino cruel estuviera digitado de antemano, se verá envuelta en una serie de asesinatos, tendrá sexo con un automóvil del que queda embarazada y huirá de la ley produciendo una transformación de su propia identidad.

Titane refiere a esa capa metálica que ella tiene en la cabeza. Pero también a la manera en la que el fierro (el automóvil) se apodera de su cuerpo. Ella se transforma paulatinamente en una máquina y en un cuerpo gestante que suda grasa negra. Alexia pasa de ser una mujer a convertirse en el hijo perdido hace diez años de Vicent (Vicent Lindon), el jefe de una estación de bomberos que se inyecta esteroides de forma constante. Hay un acuerdo entre ambos, entre la prófuga que cambia su identidad para poder escabullirse y el padre que necesita recuperar un hijo a quién cuidar. En esa pequeña alianza no importa quién es quién en realidad sino como cada uno ocupa los roles que cumplen (la protección y la compañía). Esa alianza es una agencia que se vuelve potencia transformadora. Un contrato tácito que resulta uno de los aspectos más bonitos del filme porque vuelve entrañables y tiernos a dos seres extraños, solitarios e incomprendidos. Con una puesta en escena minimalista, el impacto constante de Titane se produce entre pasajes de unas atomósferas a otras sin transiciones, con la velocidad misma en la que se dan los cambios de unas imágenes a otras en las redes sociales. La metamorfosis de Alexia no es algo que necesariamente tenga que ver con el género sexual. Se trata en principio de una escapatoria de la policía. Pero, sin embargo, el género está ahí de manera fluida, desarmada, mostrándose como un invento caprichoso de la sociedad o un artificio.

Titane tiene la capacidad de fantasear con un cuerpo que se apodera del metal y lo hace carne para embestir los preconceptos que tenemos sobre lo que pueden hacer los cuerpos. Nos hace imaginar, en un futuro próximo inquietante, un circuito de alianzas donde se podrá reinventarlo todo, hasta el propio género.

Por Lucas Martinelli

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