Hermosos perdedores
Sección Letras - Revista Llegás
Letras

Hermosos perdedores

12 de febrero de 2019

La Bestia equilátera rescata De amor y de hambre, otra maravilla de Julian Maclaren-Ross y con Mentirosos enamorados, Richard Yates se supera a sí mismo. Dos de los mejores libros que nos dejó el 2018.

De amor y de hambre/Julian Maclaren-Ross

La bestia equilátera

Podría ser una película de Wong Kar Wai. Un hombre debe embarcarse para trabajar en un crucero y le pide a un ex compañero de trabajo que cuide a su esposa durante su estadía en altamar. El resto resulta previsible. Lo que empieza como un favor, casi como una obligación, se convierte en una historia de amour fou con final amargo. Pero no estamos en el Hong Kong de los 60’s sino en una ciudad costera del sur de Inglaterra meses antes de que estalle la Segunda Guerra Mundial. Y tampoco se trata de una película sino de una novela escrita en 1947 que, en más de un sentido -su estructura elíptica sumamente efectiva, el valor otorgado a los diálogos para definir el tono y el funcionamiento de la trama y una prodigiosa agilidad nunca en demérito de la construcción de escenarios, situaciones y personajes- se comporta como un film. Hablamos de De amor y de hambre, libro escrito por Julian Maclaren-Ross, autor británico de culto, suerte de dandy legendario (amigo de Dylan Thomas, admirado por Graham Greene) que por suerte La bestia equilátera se ha propuesto rescatar prácticamente desde su nacimiento. Como suele ocurrir con esta clase de escritores de acción – de los que Hemingway es el paradigma- gran parte de su experiencia vital se trasvasa a la escritura. “Caminé rápido para impedirme pensar. Creí que si caminaba lo suficientemente rápido el recuerdo no me alcanzaría, que lo dejaría atrás. Pero luego supe que lo llevaba dentro de mí y que jamás me libraría de él”, dice Richard Fanshawe, protagonista y narrador de De amor y de hambre, que al igual que Maclaren-Ross trabajó una temporada como vendedor de aspiradoras a domicilio y vivió con lo justo de pensión en pensión. De ahí radica la precisión y la riqueza de detalles sobre esta clase de empleo, muy común para la época, que se deja leer en la novela. Las modalidades, las estrategias, las estafas, la capacitación, las dinámicas de las ventas, la fauna de clientes, los distintos tipos de vendedores, desfilan con naturalidad antes y mientras se desarrolla la verdadera trama del libro: la historia de amor entre Fanshawe y Sukie, la esposa de su ex compañero de ventas, una auténtica mujer difícil.  Todo esto con la inminencia de la Segunda Guerra como telón de fondo. Ya en su título De amor y de hambre condensa  sus intenciones. Por un lado esa suerte de picaresca actualizada, el derrotero de un hombre que, mientras aspira a convertirse en escritor, trata de sobrevivir como puede. Por otro, el relato descarnado de un romance trunco. Amor y hambre para Fanshawe, y también para Maclaren Ross, son dos caras de una misma moneda.

 

Mentirosos enamorados/Richard Yates

Fiordo

Los títulos de los libros de relatos de Richard Yates suelen ser explícitos en cuanto al tema que los domina. Algo así como una tarjeta de presentación, un catálogo o un manual de uso.  Si Once tipos de soledad eran once acercamientos distintos a la cuestión de la soledad (una soledad muchas veces llena de gente) en Mentirosos enamorados, Yates repite la fórmula y presenta siete relatos donde la mentira y el enamoramiento -no el amor sino el enamoramiento, esa otra forma de la mentira- parpadean constantemente en el fondo de todas las tramas. Casi veinte años después de Once tipos de soledad, la evidencia de lo inesperado: con Mentirosos enamorados Yates no sólo lo vuelve a hacer sino que se ha superado a sí mismo.  Estos relatos son más extensos y de estructura más compleja -aunque no menos perfecta- que los de Once tipos de soledad. Yates no es esa clase de autor de frases floridas ni de ideas revolucionarias ni de grandes golpes de efecto. Aunque muchos sean artistas, sus personajes no son superdotados ni demasiado brillantes ni mucho menos cancheros o heroicos. Son historias sobre gente común y corriente pero no por eso menos compleja y contradictoria. Una escultora que pretende vivir de su arte pero apenas puede mantener a sus hijos; un soldado de franco que quiere perder la virginidad y no lo consigue ni siquiera con una prostituta; un escritor becado en Londres que entabla una relación con una puta de Piccadilly Circus; una estudiante que le dice a su padre que ya no lo quiere; un escritor obsesionado con Scott Fitzgerald que se va escribir un guión de cine a Hollywood.  Esa es la clase de personajes de Yates. No son como Scott Fitzgerald, en todo caso pretenden serlo y no pueden.  Todos sufren algún tipo de enamoramiento, todos le mienten a alguien pero sobre todo se mienten a sí mismos. Y en cada relato siempre hay personaje lateral, en apariencia menor, pero indispensable para echar luz sobre la historia principal. Ahí está el hipócrita Bart Kampen en “Jose, estoy tan cansada” o la tía Judith en el cuento que le da nombre al libro. Si algo sorprende en estos relatos es que en ellos se puede advertir el paso del tiempo. Los cuentos de Mentirosos enamorados duran. De la misma manera que nos sorprendernos en noviembre que el año se pasó volando y no nos dimos cuenta, el tiempo pasa y solo lo notamos al descubrir su consecuencia en los personajes y en aquello que les sucede. Por eso no es casual que “José, estoy tan cansada”, el relato que abre el volumen, y “Saludos en casa” tengan el mismo narrador, primero como hijo y luego como futuro padre. “¿Como puedes ser que vayas a ser padre -me dijo- si todavía pareces un hijo?”, dice alguien en el segundo. Y en “Una chica natural” se lee: “Cuando la abrazó, descubrió que, a pesar de todo su vida no había acabado”. Desde esa instancia narra Yates, luego del derrumbe pero antes de la caída definitiva, desde ese limbo incómodo y cruel en el que todavía quedan esperanzas.

 

Por Martin Caamaño

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