Entrevista a Luciano Cáceres
Sección Entrevistas - Revista Llegás
Entrevistas

Entrevista a Luciano Cáceres

6 de agosto de 2025

Vocal, físico y emocional desafío

Muerde es el primer unipersonal en la trayectoria artística de Luciano Cáceres. Cuando el público llega a la sala, su personaje ya está en escena pero cuesta bastante verlo a él porque en el proceso creativo hubo mucho trabajo de distanciamiento desde la corporalidad, los aspectos vocales, la tonada norteña construida minuciosamente y una subjetividad que lo aleja de la faceta más conocida en su recorrido por el mainstream. René, el protagonista, es un chico con retraso madurativo que fue abandonado por su padre y confinado al encierro en una carpintería donde se construyen los ataúdes del pueblo; intelectualmente quedó estancado en una edad infantil, pero su cuerpo es el de un adolescente y tiene los impulsos que tendría cualquiera en la pubertad. En ese devenir el chico es negado por su familia, usado por las mujeres del pueblo y acosado por los vecinos.

Cáceres lleva el teatro en la sangre porque fue concebido en uno y decidió vivir la mayor parte de su vida en ese ambiente. A los 19 años abrió un teatro llamado Quintino y vivió durante seis años en la cabina de luces. Podría decirse que es un teatrista de pura cepa y ese ADN es el que explica su amor profundo por el rito teatral. “Yo amo ese ritual. Es mi vida. Fui concebido en un escenario literalmente, desde muy chiquito empecé a actuar y es maravilloso que un grupo de gente se ponga de acuerdo un día determinado a una hora determinada para compartir una experiencia con otros y ser cómplices de algo que es muy primitivo: en alguna medida todos jugamos a que eso que está ocurriendo arriba del escenario es real. La gente paga una entrada para ver una obra así que es una responsabilidad enorme ser motor de convocatoria. Por eso no se puede hacer a menos, de mala calidad o sin ganas”, declara el actor a llegás.

Luciano conoce a Francisco Lumerman –dramaturgo y director de esta pieza– desde sus épocas de estudiante en Andamio 90. A lo largo de estos años fueron siguiéndose mutuamente y cada uno vio los trabajos del otro. Cuando le mandó el texto, él estaba rodando una película en España: “Automáticamente me di cuenta de que esto era lo que quería hacer –asegura–. Ya me habían ofrecido otros unipersonales pero no me interesaban o no me animaba. Tenía mucho cagazo de estar solo en escena, pero me di cuenta de que mientras iba leyendo me venían imágenes y, de alguna manera, ya estaba laburando”.

¿Cuáles son esas imágenes que empezaron a configurar el universo de este personaje tan peculiar? Cáceres explica que su mamá trabajó toda su vida en la asistencia social, por lo tanto, solía recorrer barrios populares y estaba en contacto permanente con las poblaciones más vulnerables: “De chiquito la acompañaba cuando no tenía clases o los fines de semana porque ella hacía horas extras. Siempre veía a los pibitos de mi edad con moco colgando y le preguntaba por qué estaban así. Ella me explicaba que por eso se les decía ‘mocosos’ pero quería saber por qué ellos tenían y yo no, entonces me respondió: ‘Porque vos tenés una mamá presente que te está limpiando con el pañuelito a cada rato’”. Esa fue la primera imagen que surgió en el proceso de lectura: la cara de René con los mocos colgando y ese primer abandono naturalizado. “Me di cuenta de que ya estaba en una. Volví de España, tuvimos un primer ensayo y, como tengo la metodología de estudiar mucho antes, caigo con letra sabida y largo 30 minutos de una”, comenta.

Hubo un trabajo muy artesanal y bastante acotado en términos de tiempo porque, en paralelo, Cáceres estaba haciendo televisión y otra obra de teatro. Después se sumaron Agustín Garbelloto en la escenografía, Ricardo Sica en la iluminación y Agustín Lumerman en el diseño sonoro. “Ellos fueron parte del equipo. Vinieron a los ensayos y laburaron con nosotros a la par, todos aportaron y se empezó a armar este espectáculo tan particular”. Desde el primer momento la idea era construir una puesta minimalista que se pudiera montar y desmontar fácilmente para viajar. Pero además de esa practicidad para la gira, la escenografía despojada y el ritmo preciso en el diseño lumínico que acompaña sus movimientos por el espacio construyen una sensación de encierro y opresión que contribuye al relato: “Desde el principio visualicé la mesa de carpintero y con Agustín apareció la idea del aserrín para que eso generara un adentro y un afuera. También había que pensar cómo construir el pueblo y ahí apareció la idea de la tonada norteña. Yo había trabajado el tucumano para una película pero no queríamos a un tucumano, entonces armamos un híbrido bien rural con otros cantos, otros tiempos y otras aspiraciones. Esto construye un universo distinto; entrás o no entrás. Yo reconozco que soy un actor conocido, pero cuando el personaje empieza a hablar hay una ruptura”.

Lumerman se inspiró en un caso real para escribir esta pieza: la noticia de un grupo de vecinos que atacó brutalmente a un ladrón de celulares. El autor define la pieza como un thriller policial y hay algo de ese universo de misterio que captura la atención del espectador en los primeros minutos. Al inicio de la obra, René aparece en una presunta escena del crimen con las manos completamente ensangrentadas y la obra retrocede en la línea temporal para contarnos cómo llegó hasta ahí. “En el relato intervienen muchos personajes; yo no los actúo pero sí aparecen sus voces. Teníamos que trabajar en tres niveles: lo vocal, lo físico y lo emocional. Personalmente siento que es mi desafío más grande como actor porque en el unipersonal no hay quien te salve”, destaca Luciano.

La obra trabaja cuestiones asociadas a la exclusión y la marginación de quienes son diferentes. En este caso el personaje tiene un retraso pero también pueden pensarse otros aspectos. ¿Cómo pensás esto?

Sabemos que con esta obra le estamos dando voz a quienes no suelen tener voz, estamos poniendo como protagonista a un personaje que casi nunca sería protagonista, un personaje al que no se quiere ver, con el que no se quiere hablar. Y es muy impresionante lo que ocurre en la gira: fuimos a pueblos muy chiquitos y a otros muy grandes; en cada uno de esos lugares está el personaje identificado como “el loquito del pueblo”. Algunos me decían a la salida: “Este es el Johnny”. Unos pibes lo ataron a un poste y apareció muerto de frío un invierno; nadie reclamó por él. Cuando fuimos a Los Ángeles resonaban otras cuestiones: los problemas de psiquiatría y la nueva adicción al fentanilo en la pospandemia, la comunidad latina que siempre se siente rara, diferente, aunque hayan criado a sus hijos ahí y tengan todos los papeles en regla. Siempre van a ser los distintos. La obra se extrema en el más marginal pero también habla de algo universal. ¿Quién no sufrió un abandono? ¿Quién no se sintió distinto? ¿Quién no sufrió bullying o acoso?

Uno de los capitales más valiosos para un actor es su capacidad de observación. A lo largo de la charla, Cáceres menciona varios detalles, imágenes o recuerdos que quedaron en algún rincón de su memoria y que ahora decidió usar para componer a este personaje. Recuerda, por ejemplo, a la hija de un compañero de militancia de su padre: la chica era de su misma edad pero tenía un retraso y él compartió bastante tiempo con ella. “La observaba muchísimo. Por lo general era muy agresiva con el resto, tenía ataques de furia y rompía cosas, pero conmigo era distinta. Se quedaba mirándome y hacía pompas de saliva con la boca. Algo de eso aparece en este personaje. Creo que la actuación tiene mucho que ver con el arte de observar y también con los procesos personales. A los 12 años yo ya tenía esta altura, ahora soy un alto normal pero en ese momento era difícil, había cierta torpeza. Iba a las fiestas, me copaba bailando y de pronto lastimaba a alguien sin querer porque hay algo del cuerpo que no podés controlar muy bien a esa edad”, explica.

El actor define Muerde como “una experiencia distinta de teatro no predigerido” y, ciertamente, la obra apuesta a operaciones que van más allá de lo esperado. El teatro, en algún sentido, siempre es musical porque demanda un ritmo preciso; en Muerde ese ritmo aparece en el diseño de luces o en los movimientos del actor por el espacio. Cáceres trabajó junto a Sica algunos juegos de sombras en los que el hermano del protagonista o los perros –personajes fundamentales en la trama– aparecen proyectados sobre las paredes de la sala. Esta puesta fue pensada inicialmente para Moscú Teatro, pero la gira planteó nuevos desafíos para adaptar esa estructura a las condiciones de los distintos espacios que visitan y a su nueva casa: Timbre 4. La autogestión y el oficio son dos pilares en el recorrido de este artista; ese espíritu propio del circuito alternativo le permite encarar cualquier tipo de desafío sin apichonarse. Sobre el rol de lo autogestivo, recuerda que a Sergio Surraco y a él siempre los llamaban para hacer personajes chiquitos en obras teatrales hasta que se cansaron y dijeron: “Yo te dirijo a vos, vos me dirigís a mí y somos protagonistas”. Decidieron intercambiar roles y les fue muy bien. “La autogestión es fundamental y yo vengo de ahí –subraya–. No solo en el teatro; en cine hice un montón de películas independientes y ahí aparece el amor por lo que hacemos, otros desafíos que no son los mismos que cuando te convocan de un proyecto más comercial”.

En relación al oficio, Luciano recuerda que para dirigir una de sus primeras obras (una adaptación del memorable film de Tod Browning, Freaks) tuvo que aprender a soldar para construir los carromatos que formarían parte de la escenografía. Sabía que no iba a contar con presupuesto suficiente, entonces decidió aprender a soldar para poder construirlo con sus propias manos. Y relata otra anécdota: “Hace como 30 años actuábamos en un infantil en el teatro de La Bancaria. Ya estábamos cambiados y maquillados, vino el hombre de boletería y nos dijo: ‘Hay dos personas y son adultos’. Debatimos, yo quería hacerla pero la votación estaba empatada, se sumó la asistente, votó que sí y la hicimos. Una espectadora era directora de escuela y la otra era una maestra de lengua: terminaron comprándonos una función para un colegio. Fue durísimo pero vieron el amor por la tarea. Gracias a esa decisión nos salió un laburo pago. Esto es parte del oficio. El éxito siempre está en el hacer: juntarte, ponerte de acuerdo, encarar un desafío y llevarlo a cabo”.

Muerde está atravesada por la violencia, un fenómeno que hoy llega a extremos insólitos. ¿Qué mirada tenés sobre esa dimensión?

Bueno, los vínculos parentales aparecen con mucha crudeza y algo que a mí me impacta mucho es que hay gente que se impresiona con lo de los perros pero no con lo que sufre este chico. Es verdad que es fuerte, pero no tanto como el final. A la vez, puedo entenderlo porque hoy lo humano está muy desvalorizado. Quizás se elige ayudar a una mascota y no a un ser humano. Está muy bien. Cada uno hace lo que siente, pero es muy fuerte. Algunos dicen que no quieren venir porque escucharon lo de los perros y no lo toleran. En Timbre 4 una señora salió tres minutos antes del final, cuando el protagonista mata al último perro. Fue muy notorio por las características de esa sala y después nos dijo que su perro había muerto dos días atrás.

A lo largo de su trayectoria, Cáceres pasó por diversos circuitos y participó de proyectos bien diferentes. Todas esas experiencias fueron alimentando su recorrido y conviven en perfecta armonía. “Amo todos los géneros teatrales y no me genera ningún problema hacer la comedia del verano, pero hay que hacerla bien: que entretenga y que funcione –dice–. Lo masivo da la posibilidad de que tu mensaje o tu forma de hacer las cosas lleguen a un montón de gente y, quizás, los traés para este lado. El éxito más grande que me tocó transitar fue Graduados. Yo estaba haciendo ese programa y, en paralelo, Macbeth en el San Martín (donde interpretaba a McDuff). Ahí por primera vez mucha gente conoció el San Martín, un Shakespeare, la obra Macbeth. Eso tiene que ver con este oficio y es lindo”.

Consultado sobre la situación que hoy atraviesa el campo cultural, responde: “Estamos en un momento crítico. Es durísimo todo lo que está pasando con el Instituto Nacional del Teatro porque peligra el sustento de la actividad en todo el país. En CABA hay una masividad de público que por ahí genera otro tipo de resistencia, pero en el interior la situación es muy distinta. Obviamente necesitamos de todas estas instituciones y leyes, pero antes tampoco alcanzaba porque los subsidios eran mínimos y no llegaban a un sueldo. Yo anduve por muchos festivales internacionales y siempre te preguntan cómo es hacer cine o teatro en crisis porque en Argentina estamos atravesados por las crisis todo el tiempo. Por supuesto en otros momentos hubo más apoyo y más actividad, esto es indiscutible, pero hoy estamos viendo odio. Quienes hacemos esto debemos ser un poco peligrosos. Ni siquiera me voy a poner demasiado intelectual y decir que nosotros podemos hacer que la gente piense algo al final de una función. Simplemente podemos hacer que la gente se junte a compartir algo colectivo y ser cómplices. Creo que hoy ese es el peligro y por esa razón nos convertimos en un blanco; es peligroso que haya más gente que quiera hacer esto, que quiera ponerle voz a quienes no tienen voz”.

Por otra parte, el actor pondera la actividad teatral como motor de muchas otras industrias, un aspecto que la gestión de Javier Milei niega de plano. En su discurso de agradecimiento por el premio Estrella de Mar, Luciano dijo: “La cultura no es un gasto”. Después lo repitió en la ceremonia de los Martín Fierro y, al igual que otros colegas que decidieron defender la actividad, recibió ataques. El odio se ha convertido en un signo de estos tiempos, pero la experiencia desmiente el sentido común que intenta construirse en torno a la cultura porque se trata de una industria que motoriza la economía y activa muchas otras. “Yo lo vivo a diario: hacer una escenografía implica la compra de maderas, fierros, pinturas; el vestuario lo mismo. Cada vez que giramos necesitamos transporte, hoteles, comida. Cuando hay una temporada de teatro mala, los cafés y los restaurantes están vacíos –concluye–. Está bueno que el teatro no sea apoyado como una actividad amateur sino como una industria más, con el estatus que merece”.

laura gómez
 

foto: Jony Paz.


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MUERDE

Actúa

Luciano Cáceres

Dramaturgia y dirección

Francisco Lumerman

timbre 4

México 3554

Sábado 9 de agosto 20.30 h

10 al 17 de agosto, domingos, 20.15 h

Jueves 21 de agosto 21 h