
Dicen que las ideas más potentes pueden sintetizarse en una línea. Menos detalles, obra escrita y dirigida por Gustavo Tarrío, puede definirse como un viaje transoceánico de placer al que se suben dos personas y vuelve una. La premisa es contundente y despierta mil preguntas, pero el punto de partida de esa historia no fue una idea producida por la imaginación sino una experiencia real de Rocío Gómez Cantero, productora general de la obra junto a Valeria Casielles y responsable del texto inicial que luego fue traducido a dramaturgia por Tarrío. Todo sucedió en el contexto del Festival Mundial de Teatros de Marionetas de Charleville-Mézières (Francia), que tiene más de 60 años y es como “el Avignon” del teatro de objetos. “Fui a participar como productora de una obra (El viaje de Hervé) e invité a mi mamá al viaje. Estábamos pasándola muy bien, disfrutando mucho del evento, pero ella tuvo un ACV y falleció”, cuenta Gómez Cantero a LLEGÁS.
Esa experiencia dio inicio a Menos detalles, la primera creación de un proyecto que la productora tituló Charleville y que –imagina– en el futuro podría incluir otros lenguajes (una novela, una película, una performance). Gómez Cantero asegura que “todo lo que pasó alrededor del acontecimiento era muy increíble, muy corrido de la realidad, muy bizarro” y tuvo la necesidad de “dar unos pasitos para atrás”, distanciarse y registrar todo lo ocurrido como si fuese una ficción para poder contarlo luego, porque iba a tener que narrar esa experiencia ante su familia. “Mi papá y mi hermana viajaron a Francia, empecé a contarle a mi hermana todo con lujo de detalles y ella me dijo: ‘No, no. Por favor, menos detalles’. Fue pasando el tiempo y yo pensaba: ¿nadie me va a preguntar más nada sobre esto?” Rocío tenía la necesidad de contarlo pero no había nadie dispuesto a escuchar, así que decidió contratar a Nadia, una chica que fue desgrabando una serie de audios sobre la muerte de su madre en un lugar lejano; ella le devolvió unas cincuenta páginas de un material crudo que no era dramaturgia estrictamente pero que podía funcionar como puntapié inicial para la creación.
“Por supuesto se trata de la muerte de mi mamá y es una tragedia, pero también se murió en ese contexto en el que pasaban cosas divertidas, lúdicas, lindas. Está bueno cambiar el eje para observar la muerte y la tristeza, esto es muy occidental pero otras culturas lo viven de manera muy diferente. La muerte también puede estar asociada a lo festivo; nosotras estábamos en un festival: había títeres, muñecos, mucha magia, música, gente tirando burbujas. Ahí se activa una suerte de contaminación poética para darle cierta belleza a la tragedia de la muerte: una muerte bella”, subraya Rocío.
Cuando se le pregunta por qué decidió llevarle ese material a Gustavo Tarrío, dice: “Sentía que él podía traducir esto que tiene oscuridad pero también mucho humor, algo bizarro, poesía. Cuando ves una obra de él siempre sentís que en algún momento va a pasar algo que te va a correr del foco. Gustavo era quien podía darme esa locura y alejarme de la historia real”.
La experiencia contiene episodios delirantes: el médico que le dio la noticia de la muerte a Rocío (y además le preguntó si quería donar los órganos) estaba súper fuerte y ella no pudo evitar registrar ese dato; tuvo que atravesar la “situación aeropuerto” con una mochila que contenía las cenizas de su mamá y la leche en polvo de su hijita; a las azafatas les faltaba un pasajero y ella tenía que mostrarles una partida de defunción plurilingüe; viajó con el asiento de al lado vacío y su hija preguntaba por la abu Lili, entre muchas otras cosas. Algunos de esos datos aparecen en la obra pero el resultado final está muy lejos del biodrama o el teatro documental.
Menos detalles es una obra universal y convoca la aventura, la fantasía, el espíritu del teatro de objetos y el mundo de las canciones. Tarrío fue cautivado por la narración de Rocío la primera vez que se juntaron para hablar del proyecto. “En un café por Parque Saavedra empezó a contarme una historia maravillosa. Yo notaba que se extendía mucho y no entendía por qué había tantos detalles de lo lindo que había sido aquello. Ella tiene una manera muy hermosa de contar la historia. A veces le digo que esto tiene que ser una novela porque la obra no va a reflejar todo. Me parecía que se venía algo tremendo, me dio ansiedad y la interrumpí: ‘Decime que esto termina bien’. Efectivamente había pasado algo tremendo en el lugar menos pensado”, dice.
Rocío estaba convencida de que ahí “había una historia que necesitaba contar, más allá de si los demás querían escucharla o no”. Gustavo partió de ese aspecto para crear la dramaturgia y distanciarse de lo documental, algo que ya había trabajado en Ha muerto un puto (pieza que aborda la biografía del escritor Carlos Correas). “Tomé la decisión de que la obra no sea algo documental sino sobre la dificultad para poder contar y, sobre todo, escuchar esos detalles que tienen que ver con el dolor. La obra es como una no historia. Son datos muy generales en relación a la experiencia de Rocío, nunca se la nombra y podrías verla como una historia cualquiera. Teníamos que establecer un dispositivo que nos pudiera conectar a todos con la dificultad para escuchar el dolor del otro. La historia funciona como punta de un iceberg. Hay títeres, marionetas, un mundo fantasmagórico y de ensueño en relación a la historia original, pero queda bien poco de eso aunque todo está muy basado en su experiencia”.
¿Cuál es tu vínculo con los géneros del yo o las obras documentales?
G.T. Me parece que tengo un problema con los documentales porque ahí se juega la cuestión del dolor ajeno y la impudicia frente a eso. Creo que la obra es sobre cómo mirar el dolor de los otros, que es un problema del documental en general. En 2006 hice un biodrama, Salir lastimado, y tenía que ver con esa problemática. ¿Qué pasa si prendo una cámara y la persona que tengo enfrente se olvida de que detrás hay una persona y abre su alma? ¿Qué pasa si cuenta sus heridas más profundas? ¿Qué hace uno con ese material? Yo mismo lo había experimentado como documentalista. Todo partió de una persona que había hablado dos horas ante la cámara y había firmado un permiso, pero vino y me dijo que no quería que pasaran la entrevista ni saber más nada con el proyecto. Lo que más me llamó la atención era que alguien se había dado cuenta de lo que había pasado. Hay un morbo y un disfrute que es comprensible porque todos queremos saber qué se siente ante un hecho extremo, pero la obra se detiene antes del morbo y esas preguntas que cualquiera haría sin ningún pudor. Rocío estaba dispuesta a contar todo, pero el punto de vista de la obra es un paso atrás.
En la canción que da título a la obra se menciona el libro de Sontag, Ante el dolor de los demás, y una escena de la película de Herzog, Grizzly man: “Es la historia de un tipo fanático de los osos al que se lo terminan morfando. Eso quedó grabado en audio porque él dejaba la cámara prendida. Cuando Herzog escucha eso, le pide a una amiga que por favor nunca escuche ese audio y lo destruya”. La obra reflexiona sobre estas cuestiones pero de ningún modo es declarativa o verborrágica; más bien todo lo contrario. “Hace tiempo quiero trabajar con menos palabras y acá estoy dándome el gusto de experimentar eso. Trato de contar prescindiendo de la palabra y apelando a un lugar mucho más emocional y sensorial para conectar con esa sensación que te produce una persona al contarte algo que la hizo sufrir mucho”.
En esto que definen como “un cuento visual en tono Tim Burton” hay teatro de sombras y de objetos, maquinaria teatral a la vista, chemsex y –por supuesto– canciones. “En 2016 empecé a hacer canciones con El vestido de mamá y no paré nunca. Te diría que no me di cuenta de que la obra empezaba a funcionar como engranaje hasta que no aparecieron las canciones. Ahora no aguanto obras sin canciones, me puse medio pesado”, confiesa el director que suele trabajar esas creaciones musicales junto a Pablo Viotti. Paola Delgado está a cargo del diseño de arte y vestuario, y quienes están en escena son Carolina Saade y Gerardo Porión.
Tarrío había dirigido a Saade en Érase y tenían ganas de volver a trabajar juntos, así que acá se dan el gusto y fusionan intereses y mundos compartidos. “Caro Saade tomó un taller conmigo hace varios años, así que la conozco hace mucho, sé su calidad humana y de actriz, además, su voz es preciosa”, opina Tarrío. Rocío creyó que esa parte iba a ser más fácil, pero el primer día de ensayo se sentó en la butaca y se le estrujó el corazón. “Ella estaba ahí diciendo cosas que yo había dicho entonces fue muy fuerte. Ahí se sumó a trabajar Vale en la producción porque me di cuenta de que no iba a poder estar tan presente, me ponía a llorar. Igual me suele pasar mucho esto de ponerme a llorar en el teatro con las obras. Creo que es un espacio muy propio”.
Gustavo nunca había trabajado con objetos pero tenía ganas. Cuando apareció esa idea, también surgió un nombre: el de Gerardo Porión, quien manipula los títeres. “Él era actor en El viaje de Hervé y estuvo conmigo sosteniendo a mi mamá cuando tuvo el ACV. Me acuerdo de que la primera vez que me encontré con ellos acá en Buenos Aires les dije que quería hacer algo con lo que nos había pasado y todos me miraron como si estuviera loca. Nadie me dijo nada –recuerda Rocío–. En marzo de 2020, Pori me escribió un mensaje que decía: ‘Si seguís con ganas de hacer algo, yo estoy’. Cuando apareció la idea de manipular objetos, sentí que él era quien tenía que hacerlo porque había estado conmigo en todo el proceso”. Tarrío comenta que en algún momento fue tentador ir hacia algo más documental donde el actor dijera: “Yo estuve ahí”. Sin embargo, cuando lo probaron la obra misma lo rechazó. “Yo nunca trabajé con teatro de objetos así que contar con un experto fue buenísimo. Y como todo ocurrió en una ciudad tomada por titiriteros, me gustaba que la materialidad de la obra se constituyera de esa manera”.
Esto podría haber sido una novela, una peli, una perfo. ¿Por qué decidiste abordarlo desde el lenguaje teatral?
R.G.C. Me parecía que iba a ser mejor encarar algo que estuviera a mi alcance. Nunca rodé una película ni escribí una novela, pero el teatro es lo que hago todos los días. Hoy trabajo en teatro comercial con Tomás Rottemberg produciendo un montón de obras y es lo que sé hacer, el lenguaje que me gusta y que conozco. Además, todo esto ocurrió en el marco de un festival de teatro de objetos y era coherente traer algo de eso. Yo soy abogada de formación pero durante mucho tiempo estudié teatro con Nora Moseinco, siempre hice las dos cosas. Después laburé algunos años con Fede León; participé de la gira europea de Las ideas y eso hizo que dejara de trabajar en una editorial jurídica.
En Menos detalles hay fantasía y también un ritual de despedida, un acto de reparación a través de la ficción. “Me parece que esto tiene que ver con alivianar un poco la culpa. Todo el mundo me dice que a mi mamá le podría haber ocurrido eso en cualquier parte del mundo y que yo no soy responsable, pero ella me acompañó a mí entonces siento un poquito de culpa al pensar que quizás, si se quedaba acá, esto no pasaba. Para mí fue una manera de amigarme con el pasado, convertir lo que viví en una historia linda para contar. Estábamos pasándola bomba y también ocurrió esto: la muerte. No quería que quedara tan sólo en la tragedia y el dolor. Un día mi hija me preguntó: ‘Mami, ¿por qué la abuela decidió morirse con nosotras en Francia?’ Fue lindo escuchar esa lectura infantil”.
Consultado sobre la situación actual del teatro y la cultura en Argentina, Tarrío comenta: “Me da miedo contestar algo que sea un lugar común o una respuesta automática que no sé si tengo. Me parece un milagro estar haciendo una obra en este contexto: hacerla, que la gente vaya y que se sostenga la actividad. A veces me pregunto para qué. Antes de Ha muerto un puto tuve una crisis, me preguntaba para qué estábamos haciendo eso, quién iba a pagar una entrada en una situación que es muy apremiante para todos. No sé si la respuesta está ahí pero sí está cerca: hacemos esto porque es de los pocos lugares donde te piden que apagues el celular y trates de conectar con personas, vivas, haciendo un trabajo de carácter simbólico y compartiendo una sensibilidad”.
Foto: Nacho Lunadei
---
MENOS DETALLES
Intérpretes: Carolina Saade y Gerardo Porión
Texto: Rocío Gómez Cantero
Dramaturgia y Dirección: Gustavo Tarrío
GALPÓN DE GUEVARA
Guevara 326
Miércoles 20.30 h
Desde el 9 de julio